Reproducimos el siguiente reportaje analítico por considerarlo de interés general a la comunidad y la familia.
Santo Domingo.-Es casi imposible creer que, porque su madre la perseguía constantemente, Rosy (nombre ficticio) decidió quitarse la vida. Sí, un desafortunado día prefirió estar muerta que sentirse vigilada hasta cuando estaba en el colegio. Su desesperación era tal que hasta se soñaba que su progenitora la asediaba y la atormentaba, incitándola a que se portara bien. Era tan difícil su situación que, en ocasiones llegó a manifestarle a su tía Sonia (nombre ficticio) que odiaba a su madre, que ya estaba cansada de su asedio, y en conclusión, que quería morirse.
En vano intentó suicidarse varias veces, hasta que penosamente lo logró. Su caso es el extremo de las consecuencias del problema.
Esto porque según la sicóloga Amada Estrada, cuando se presenta el problema de la persecución, hay hijos que la afrontan y enfrentan de diferentes maneras. Unos, puede que se refugien en los vicios (drogas, alcohol y juegos), otros, terminan haciendo vida aparte y en ocasiones hasta se convierten en delincuentes, y no faltan los que prefieren casarse aún con poca edad. Esto lo hacen las hembras con mayor frecuencia.
La especialista considera que la persecución es un arma muy poderosa que tienen los adolescentes, especialmente, para escoger el camino equivocado “y a veces los padres criticamos la conducta de nuestros hijos, y no reparamos en pensar que somos nosotros mismos los que los conducimos a esa elección”.
Por ello es que entiende que los padres deben tener bien claro qué es perseguir a los hijos y qué es vigilarlos y mantener el control de su comportamiento. Cuando se tienen bien claros estos conceptos, entonces es posible educar en base a los correctos, sin temor a que ellos se sientan perseguidos. Estrada añade que el hecho de que los hijos sean responsabilidad de los padres, no le confiere a los progenitores ningún derecho a perseguirlos y asediarlos como si fueran delincuentes o un objeto de valor material que no queremos perder. Es un craso error creerse que porque usted procreó a una persona, esa persona le pertenece.
Lo más viable para lograr que los hijos tengan un buen comportamiento, es proporcionarles desde pequeños una educación concentrada en los valores morales, importantizando lo que es la confianza y el respeto dentro del seno familiar, así como ayudándolos a ser independientes.
CONDUCTA
Señales de persecución
El terapista familiar Euclides Beliard, asegura que en la mayoría de los casos, los padres caen en la categoría de persecutores sin darse cuenta de que están haciendo uso de un recurso que podría ser mortal para sus hijos.
Algunos de manera inconsciente asumen esta actitud, haciendo alusión a un patrón de conducta del que fueron víctima cuando estaban bajo la tutela de sus padres. Otros lo hacen porque temen que sus hijos también formen parte de la lista de jóvenes rebeldes que, cuando están fuera de la casa adoptan un comportamiento inadecuado. Otro motivo que los conduce a ello es que como ya pasaron por esa experiencia, saben de lo que es capaz un adolescente y quieren evitar que sus vástagos hacen lo que ellos en su momento hicieron.
Entre las señales que ayudan a identificar cuándo se es un padre persecutor, cita las constantes llamadas que se hacen cuando el hijo está en otro lugar aun sabiéndose donde está; querer acompañarlo adonde quiera que va, llevarlos a todo sitio, querer saber qué está haciendo hasta dentro de la casa y hasta con quién habla por teléfono.
Es importante identificar quién es un padre persecutor
La madre de Rosy nunca pensó que su hija podía llegar tan lejos. Esto a pesar de que la adolescente vivía dándole señales de que le molestaba sentirse perseguida constantemente. Con palabras y hechos se lo hizo saber, mas su progenitora nunca imaginó que su protesta ante su persecución llegaría tan lejos: a la muerte.
En tal sentido es que la sicóloga Amada Estrada y el terapista familiar Euclides Beliard ponderan la importancia de tomar en cuenta cada palabra y cada acto de los hijos, para tener un aval que permita una crianza más segura y confiable, y sobre todo de retroalimentación; que ellos aprendan de los progenitores y éstos de sus vástagos.
Estrada dice que la persecución hacia los hijos es algo tan complejo y peligroso que acaba con su paz. “Cuando un joven se siente que alguien lo vigila constantemente, que rompe su privacidad, que le estorba para seguir hacia delante con algún plan y que, en definitiva, le roba su tranquilidad, es capaz de hacer muchas cosas en pago a la actitud de esa persona, que casi siempre es la madre o el padre”.
Dice que desde que se sienten perseguidos, comienzan a emitir sus quejas, y adoptan un comportamiento inadecuado, el cual van agudizando a medida que notan que el problema se exalta. Esto hace entonces que se cree un círculo vicioso, “tú me persigues y yo hago cosas indebidas” y “tú haces cosas indebidas y yo te persigo”.
Por esta razón es que enfatiza que los hijos van dando señales a los padres de que están actuando mal. Entonces está en sus manos “coger la seña” y adoptar otra postura frente al comportamiento de los vástagos. Tras asegurar que tanto el padre como la madre pueden convertirse en persecutores de sus hijos, admite que siempre hay uno más flexible, y que está en sus manos servir de mediador para que las cosas tomen otro rumbo. En estos casos la comunicación es la mejor aliada cuando se quiere lograr un entendimiento que ponga fin a la lucha de poder que se desarrolla entre padres e hijos “y digo lucha por lo que explico acerca del circulo vicioso”, comenta Estrada.
En definitiva la sicóloga apuesta a una educación más horizontal, en la que todos los miembros de la familia hagan gala de los beneficios de la confianza y la independencia para lograr un clima de paz dentro y fuera del hogar.
Indicios
El terapista familiar Euclides Beliard sostiene que cuando se habla de persecución hay que establecer primero cuál es el comportamiento que está adoptando el padre para con sus hijos, pues su protección puede malinterpretarse y la idea no es esa. De ahí, la importancia de saber cuáles son los indicios que determinan el problema, el cual puede convertirse en un trastorno sicológico que afecte tanto al progenitor como al hijo.
El especialista explica que el asunto no se da de la noche a la mañana. Atraviesa por todo un proceso que se va acrecentando con el tiempo; claro, si no se le busca atención inmediatamente la persona se percata de que algo anda mal. Precisa que aunque la persecución se da hacia los pequeños, es después que los hijos entran en la adolescencia, cuando se enfatiza el asedio.
Cita que la primera señal que se observa y se siente cuando los padres están haciendo uso de la persecución hacia los hijos es la constante vigilancia hasta dentro de la casa. En este aspecto el progenitor quiere saber dónde está su vástago, qué hace, por qué ha durado tanto tiempo en esa parte de la casa, y otras interrogantes que luego aplican para cuando el hijo sale a otro lugar. Ya ahí se observa que el asedio está progresando.
Luego, hasta en el trabajo, comienza a pensar constantemente en estas inquietudes que, en ocasiones y en caso extremo, llevan a la persona a salir de sus labores para ir adonde se encuentre su hijo para calmar su angustia.
Es tanto así que comienza a no disfrutar de las actividades a las que no han llevado los hijos “no bien llegan cuando ya quieren irse, porque creen que cuando lleguen a la casa, habrá algo alterado que involucre al hijo. En definitiva se va dando un conjunto de cosas que desarrollan una manía que, más que ayudar al muchacho o a la muchacha a tener un sano desarrollo, le atrofiará por completo su seguridad y personalidad.
La historia de Rosy
La muerte de Rosy por la alegada persecución de su madre pudo evitarse, dice su tía Sofía. En dos ocasiones intentó quitarse la vida, y cuando se le cuestionaba sobre el porqué, no titubeaba en manifestar que su progenitora la tenía “harta”, explica la pariente.
“Rosy me tenía mucha confianza y me decía que no podía seguir aguantando que su madre fuera a ver hasta lo que ella hacía en el colegio. Yo servía de intermediario y hablaba con su mamá para que fuera más flexible, pero ni siquiera así bajaba la guardia. La primera vez que mi sobrina trató de envenenarse, la amenacé y cedió un poco, pero eso sólo duró hasta que la niña volvió a hacer su vida normal”.
Continúa “desde que se dio cuenta que su hija estaba bien, volvió al ataque, y no pasaron cinco meses del episodio, cuando la muchacha volvió a hacer lo mismo. Eso la asustó y prometió dejarla tranquila. Yo le propuse que fuera a un sicólogo y me dijo que sí, todos los días yo la invitaba a que acudiera y nunca me hizo caso, es más era tanta mi insistencia que yo me estaba comportando como si también fuera una persecutora. Las cosas siguieron igual y poco a poco ella volvió a perseguir a Rosy”.
Comenta que cada vez era peor la situación, al punto de que hasta el papá que nunca interfería porque no sabía que el asunto era tan grave, tuvo que intervenir y hasta amenazarla con llevarla a un hospital siquiátrico si seguía con el asedio. Tan graves advertían llegaron a ser las consecuencias que hasta de divorcio se habló.
Sofía cuenta que la angustia de Rosy era tan inmensa que no quería compartir con sus amigos porque temía que su madre hiciera “una de las de ella”. Ya no le gustaba pasear, se aislaba dondequiera que estaba, y hasta en el colegio se privaba de su recreo porque creía que se iba a encontrar a su mamá en el patio. “Era demasiado para ella. Tanto así que la mañana del funesto día en que se quitó la vida, me dijo que por fin se iba a quitar ese gran peso de encima que no la dejaba vivir en paz. Le pregunté que a qué se refería y lo único que me contestó fue que luego me iba a enterar”.
Prosigue “llamé a la madre y le dije que se mantuviera pendiente de Rosy porque estaba bien rara, y lo único que me contestó fue ¥a ti no hay quien te entienda, no quiere que yo la vigile y hoy me pide que lo haga¥. No sé qué hizo realmente, pero lo cierto es que el día que tenía que estar pendiente no estuvo. Rosy finalmente logró su objetivo: quitarse la vida”.
Ahora, dice Sofía, su hermana debe estar sufriendo doble, una porque su hija se suicidó y otra porque no tiene a quien perseguir. Termina su relato con un consejo muy sano. “A todos los padres les exhorto a que se ganen la confianza de sus hijos por encima de todo”.
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