Servicios Google/El Tiempo, Bogotá
Quince años trabajó Carroll Pickett en la prisión de The Wall, en Huntsville. Trataba de cumplirles sus últimos deseos, les daba apoyo espiritual, y a algunos les oficiaba la ceremonia en su funeral.
¡Soy inocente! ¡No me quiero morir! Esas súplicas aún se repiten una y otra vez en la mente del pastor Carroll Pickett, conocido en la prisión de The Wall, en Huntsville (Texas), como 'el Capellán de la Muerte'.
Pickett trabajó allí durante 15 años, entre 1980 y 1995, y en todo ese tiempo vio ejecutar a 95 personas.
El religioso era el único que podía permanecer al lado de los condenados a muerte hasta el último minuto. "Aún recuerdo el miedo en sus ojos instantes antes de recibir la inyección letal", dice.
Por allí, agrega, vio desfilar personas jóvenes, pobres y, en más de un caso, analfabetas. Muchos de ellos no merecían morir. "Fueron condenados por crímenes leves", dice.
"En los momentos previos, antes de que el reloj señalara las 12 de la medianoche, hora en la que se cumplían las sentencias de muerte, algunos se confesaban. Podría decir que las dos últimas horas de cada uno de ellos eran más que honestas. Querían hablar de cosas que mucha gente no sabía y que nunca sabrán.
Sorprendentemente, más de uno me reveló crímenes por los que jamás fueron condenados".
Durante más de una década el capellán Pickett les ayudó a los presos a preparar sus últimas palabras, antes de enfrentarse cara a cara con la muerte.
"La ley les otorga el derecho de hablar 2 ó 3 minutos antes de morir. Recuerdo que la mayoría no sabía qué decir. Por eso, antes de la ejecución, ellos y yo elaborábamos las frases finales. Los temas eran los mismos: un perdón a la familia de las víctimas y un adiós a los seres queridos".
Cuenta regresiva
Mientras se acercaba el final, algunos seguían con desespero el conteó regresivo del reloj y preguntaban la hora a cada instante. Otros, en cambio, aprovechaban el tiempo para hacer realidad sus últimos deseos.
Pickett recuerda cada una de las peticiones que los convictos le hacían. "Unos querían escribir una carta; otros, beber su último refresco. Algunos simplemente hablar de la familia, enterarse de las noticias de los periódicos o escuchar su canción preferida por última vez.
"En una ocasión un reo mesolicitó que jugara parqués con él. Otro pidió disputar su última partida de ajedrez. Pese a la angustia, unos pocos conservaban el buen humor hasta el último minuto. En una ocasión, un preso me solicitó un cigarrillo. Lo guardó en el bolsillo y me dijo: 'No quiero que la muerte me tome por sorpresa, padre'.
Diez años después de haberse retirado de la cárcel, asegura que su experiencia le permitió cambiar el concepto sobre la pena de muerte. Ya no cree que esa sea la solución. "La gente muere y los crímenes continúan".
No comments:
Post a Comment