Wednesday, May 21, 2008

DE VARIADOS TEMAS/ Herencia... ¡Oh problema!

Freddy Ortiz /Listín Diario

Por suerte, los muertos que no se pudieron llevar dinero y propiedades a la tumba -porque las mortajas no tienen bolsillos-, no ven las espuelas que cuando la “commedia é finita”, les nacen a algunos familiares, porque volverían a morir del espanto. Hijos que hasta el momento del último suspiro se mostraban sumisos, desinteresados y solidarios con la madre, cambian hasta la expresión del rostro para subirse al pedestal de la exigencia, desde donde disparan con fortaleza en procura de su herencia, cuyo destino ya fue planificado desde que “el viejo” fue internado en la clínica en estado de gravedad. La sarta de chismes e intrigas, en muchos casos instigadas por los yernos o nueras del fenecido, es asfixiante.

Por eso cabe afirmar que, generalmente, lo más notable que deja el difunto no es la fortuna, sino el tremendo lío que tardará quizá años en desenredarse. A veces, el fenecido dedicó esfuerzos en vida, con la idea de que su familia disfrutara de lo obtenido, pero esto se revierte tras su deceso. Aunque no idéntico a lo citado, el caso de doña Sara, la viejita de 88 años que se ganó la Lotto en Santiago, es patético. Disfrutaba de paz y armonía familiar, hasta que le llegó la “suerte”, con comillas bien grandes.

De pronto aparecieron hasta familiares que desconocía. La “secuestran” para no ser influenciada por otros hijos y nietos, quienes hasta montan un piquete frente a la Fiscalía de Santiago, exigiendo que se intervenga oficialmente para que ese dinero sea repartido equitativamente.

Dinero que pertenece a ella y que no es herencia por repartir, porque doña Sara vive. Al momento de publicar esta columna, no sé si la dama habrá podido regresar a su humilde vivienda y dormir en paz rezando el Rosario antes de acostarse y compartiendo las habichuelas con dulce con los vecinos, ó si, por el contrario, los familiares habrán llegado a la violencia.

Yo, en los zapatos de doña Sara, hubiera reunido a todos los familiares en un patio grande, les hubiera brindado bebidas y puercos asados y, a final de la fiesta, les hubiera mostrado el boleto ganador, rompiéndolo en mil pedazos y gritando: ¡Mi paz no tiene precio, carajo!

El autor es publicitario

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