Wednesday, December 26, 2007

El cambio climático en la política británica

Servicios Google/Opinión ABC, España


«NO podemos evitar el cambio climático. Si no hacemos nada para minimizar el proceso, nos estaremos comprometiendo con un futuro de inundaciones, hambre y enfermedades», decía días atrás el periódico británico The Sunday Times.

Si hay una creencia que comparten sin fisuras los principales partidos políticos del Reino Unido es precisamente la de la amenaza real que el cambio climático representa para la población mundial. Para Menzies Campbell, el último líder de los liberales demócratas, el cambio climático «es ahora el reto más grande al que se enfrenta el mundo». Para los conservadores, «la necesidad de afrontar el cambio climático es urgente». Su líder, David Cameron, pone «el planeta primero y la política segundo». y asegura que «el cambio climático amenaza con socavar los esfuerzos internacionales por eliminar la pobreza mundial». Y, según Gordon Brown, el primer ministro y líder de los laboristas, «tenemos suficiente evidencia de que el cambio climático causado por el hombre es el reto medioambiental más amenazante y con más alcance que cualquier reto al que nos enfrentamos».

La batalla entre los partidos británicos no está, por tanto, en negar o defender la existencia del cambio climático, sino más bien en proponer las mejores medidas para hacerle frente. En los últimos meses, y bajo la presión de una sociedad cada vez más preocupada por el tema, los tres principales partidos han anunciado sus propuestas medioambientales en distintos informes y discursos, a cual de ellos más innovador. Una auditoría elaborada por el Green Standard (alianza compuesta por nueve destacados grupos ecologistas) y hecha pública a mediados de septiembre daba como ganador al Partido Liberal Demócrata, reconociendo su largo historial en defensa del medioambiente. Sin embargo, aunque la auditoria aplaudía los esfuerzos de los tres partidos en materia medioambiental, los consideraba todavía insuficientes.

Desde el Gobierno, en 2005, el entonces primer ministro laborista Tony Blair ya quiso dedicar la presidencia británica del G-8 a dos temas: África y el cambio climático. Ese mismo año, Gordon Brown, en su responsabilidad como ministro de Hacienda, encargaba el estudio sobre «La Economía del Cambio Climático» al economista sir Nicholas Stern. El informe, que vio la luz en octubre de 2006, advertía de que, aunque el coste de estabilizar el clima es muy alto, aún es manejable y retrasarlo no sólo será más costoso sino también más peligroso. Por supuesto, la acción debe ser a nivel global. Como explicaba el diario conservador The Daily Telegraph, según Stern, «si queremos seguir siendo ricos, debemos ser verdes».

Los conservadores criticaron el informe como una mera estrategia de los laboristas para igualar su campaña pro-medioambiente. En diciembre de 2005, David Cameron había creado el grupo asesor «Calidad de Vida» con el fin de ser aconsejado por especialistas sobre algunos temas clave para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, como el cambio climático. El informe final del grupo, publicado el pasado septiembre y elaborado tras consultas con numerosos expertos y grupos ecologistas, concluía con la recomendación de una serie de medidas radicales para combatir los efectos del cambio climático y con el consejo a los países desarrollados de reducir sus emisiones de dióxido de carbono al menos en un 80 por ciento en los próximos cincuenta años. Por las mismas fechas, y coincidiendo con las conferencias anuales de los tres principales partidos, los liberales demócratas presentaban también una interesante propuesta medioambiental.

Hace unas semanas, el 19 de noviembre, el primer ministro Brown anunciaba su posición frente al cambio climático por primera vez desde su llegada al número 10 de Downing Street el pasado junio. Brown, decidido a que su país lidere una «cuarta revolución tecnológica», anunciaba que dado que las predicciones de los científicos son tan alarmantes, está dispuesto a reducir las emisiones de carbono en el Reino Unido hasta en un 80 por ciento para el año 2050, tal y como aconsejaba el informe del grupo conservador.

De lo que no cabe duda es que tanto el Gobierno como la oposición se afanan por ser los más «verdes». Desde que David Cameron es líder del Partido Conservador, por ejemplo, los «tories» se han desvivido por dar una imagen de partido preocupado por la calidad de vida de la población y del medioambiente. La lucha contra el cambio climático es, de hecho, uno de los principales ejes de su programa electoral. Cameron se ha convertido en un defensor a ultranza de las energías renovables y del cuidado del planeta.

Sin embargo, sería injusto pensar que dicha preocupación es nueva en las filas conservadoras. Como nos recordaba el diario The Independent, Margaret Thatcher fue la primera líder mundial que en 1989 habló de la necesidad de afrontar el calentamiento global. Además, según el mismo diario, Disraeli aprobó la Ley de Salud Pública en 1875 para mitigar los efectos que la revolución industrial había provocado en el medioambiente; Edward Heath fue el primer mandatario británico en crear un Departamento de Medioambiente; Chris Patten, el responsable del primer «Papel Blanco sobre Desarrollo Sostenible» elaborado en el Reino Unido; y Michael Howard, quien convenció a George Bush padre para estampar su firma en la Convención sobre Cambio Climático en 1992.

A partir de ahora la disputa entre la izquierda y la derecha va a estar en definir una política económica compatible con la preservación del medio ambiente. No obstante, detrás de la lucha contra el cambio climático se esconde en realidad una lucha entre grupos de interés más que entre partidos tradicionales, que simplemente tendrán que adaptarse en un futuro a las nuevas demandas.

El primer ministro, Gordon Brown, ha pedido a los líderes mundiales «visión y determinación» para hacer frente a este reto. Sin duda, sus rivales políticos apoyan dicha petición. El Reino Unido está decidido a liderar la batalla internacional frente al cambio climático, pero si la acción debe ser global, también lo debe ser la distribución del esfuerzo.

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